DE TU ARTE AL MÍO…

25 Grados en Invierno
(octubre 19, 2004)
Por: Alberto Acuña Navarijo
alberto@revistacinefagia.com
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from: http://www.revistacinefagia.com/arti.htm

Los fenomenos de la inmigración, los mestizajes culturales y el acoplamiento de los extranjeros para aceptar su nueva patria y viceversa; así como las tendencias ideológicas y el intercambio de tradiciones ha llegado al cine europeo, tanto temáticamente como híbrido industrial. Es cierto, la problemática ha existido desde siempre, producto de las conquistas, guerras, del comercio, de la política y de la economía, pero así como canta el músico brasileño Gilberto Gil: „Antes el mundo era pequeño porque la tierra es grande, ahora el mundo es grande por que la tierra es pequeña“. Dicho fenómeno se ha disparado en los últimos 40 años y el cine ha sido testigo y opción para para aprender y poder mirar los diferentes puntos de vista de la trasculturalización.

Ahí están como muestra el movimiento de directores turcos en Alemania, los franceses que quedan sorprendidos por la curiosa invasión e incursión de realizadores argelinos, nigerianos o cameruneses, o la exótica presencia de autores hindúes en Inglaterra. Recordemos que también están los festivales especializados como lo son Amiens y Montpellier (Francia) o Valencia (España), que desean presentar el panorama de cinematografías tan lejanas como la de Marruecos, Túnez o Burkina Faso. En el caso de producciones, ejemplos notables los tenemos con la española Las Cartas de Alou (Montxo Armendariz,1990), la francesa La Culpa La Tiene Voltaire (Abdel Kechiche, 2000), la austriaca Blue Moon (Andrea Maria Dusl, 2002), la sueca La Nueva Patria (Gier Hansteen Jorgensen, 2000) o las alemanas Nos Olvidamos en Regresar (Fatih Akhin, 2000), Luces Distantes (Hans Christian Schmid, 2003) y Anansi (Fritz Baunman,2002).

Pero más allá del afortunado rompimiento de fronteras fílmicas, un defecto ha prevalecido casi por completo en dicha manifestación: la solemnidad con que es tratado el tema. Así, siempre en este cine hecho por locales o extranjeros se pinta la otra cara de ciudades como París, Berlín o Londres, en donde conviven los marginados, los adictos y las minorías (como homosexuales o discapacitados) en busca de oportunidades y justicia, aparentemente porque eso le da un aire más cosmopolita y coqueto a estas u otras metrópolis europeas. Peor aún, siempre a los protagonistas les va muy mal y quedan como al principio de la cinta: sufren vejaciones, humillaciones, se dedican a varios subempleos, son detenidos o internados en alguna institución mental. En situaciones límite podrán ser violados, traicionados por supuestos benefactores o de plano ser deportados, frustrando sus sueños, metas o promesas. En algunos casos el cine ha defendido el fenómeno pero en muchos otros casos lo que intenta decir es: ¡Sáquense de aquí, pinches muertos de hambre! ¿No ven que no hay espacio para ustedes y que afectan a mi país?, o al revés: Pobres de nosotros los inmigrantes, ¿por qué no nos dan un espacio?. Puras contradicciones en esta globalización cinematográfica.

Es por ello que lo primero que hay que tomar en cuenta de la opera prima de Stéphane Vuillet, 25 Grados en Invierno (previo los cortos Terre Natale -1996- y Le Sourire des Femmes-1997-), es su falta de tremendismo e intencion de denuncia social. En vez de eso ofrece una amable y agradable comedia en donde a lo largo de un caluroso día en Bruselas cuatro personajes descubrirán que no es tan malo vivir en un país ajeno al suyo, si saben mantener su cultura y folklore. No sólo eso, la cinta se toma la molestia de abogar y defender la unión que existe entre todos los pueblos asentados en Europa y lo innecesario que puede ser viajar a la odiosa América en donde todos son tratados con desprecio; en donde las mujeres que llegan sólo pueden ser teiboleras y los hombres siempre siempre serán poco menos que esclavos.
Mezclando el road movie y la tendencia de obra coral -en donde se hace la pregunta ¿qué pueden hacer y cuántas cosas les pueden ocurrir a una serie de personajes relacionados o no entre sí, en una jornada que se antoja especial y diferente?-, la cinta nos presenta a Miguel (Jacques Gamblin), un joven español, irresponsable, flojo, padre divorciado que a duras penas puede cuidar y mantener a su pequeña hija Laura (Raphaëlle Molinier), la cual lo único que desea es viajar a Nueva York para reencontrarse con su mamá, que los ha abandonado para buscar fortuna como cantante. Aparte de eso, Miguel tiene que soportar el mal genio de su hermano menor Juan (Pedro Romero), quien es su jefe al ser Miguel mensajero en una agencia de viajes; la histeria de su madre (Carmen Maura), que constantemente reniega del desapego que éste tiene con la idosincrasia ibérica (se niega a hablar en español, no desea vacacionar en las playas españolas, además de que se casó con una belga) y con las exigencias del dueño del departamento, donde vive por deber varios meses de renta. Para colmo es un apostador empedernido en donde como es lógico de suponer vive endrogado por nunca atinarle en sus pronósticos.

No obstante nada lo ha preparado para vivir el dóa mas movidito de su vida cuando conoce accidentalmente a Sonia (Ingeborga Dapkunaite), una inmigrante ucraniana que huye de la justicia al escapar de una redada; la cual ha arriesgado su libertad e integridad con tal de encontrarse con su marido después de dos años de estar separados, ya que él presubiblemente es ahora un gran artista en el pequeño país. Así, sin deberla ni temerla , pero tampoco sin nada que perder, Miguel se embarcará junto a Sonia -hija y madre incluidas de coladas- a un viaje por carretera atravesando toda Bélgica, ya que el paradero del marido de Sonia no es muy claro. A esto Miguel le suma que debe de entregar puntualmente un boleto de avión, huir a como dé lugar del dueño del departamento, aprender a ser un mejor padre para Laura y, claro, para rematar el día, estar presente en el partido de futbol.

Como mencionaba antes, lo que distingue a esta cinta de gran parte de obras que han tratado el tema y lo que la hace tan recomendable es su humor y su ingenuo pero contagiante optimismo. Según la vision de Vuillet, Bélgica está exenta de violencia, corrupción o pobreza. Igualmente, una inmigrante puede tener una oportunidad de sobresalir y sobre todo sobrevivir, convirtiéndose de esta manera en una metáfora de lo que caracteriza al sueño de las culturas del mestizaje y la diversidad dentro de los ciudadanos del mundo. Es cierto, obviamente no faltará quien critique con mala leche esta manera de tratar el fenómeno, en donde es mejor ver con beneplácito la explosión multirracial a enfrentar seriamente el problema. Pero, siendo sincero, prefiero esto a otro azote sociopolítico o, en el peor de los casos, una cinta en donde se presente al monstruo más grande de lo que es en realidad.

Ahora bien, pasando a otro plano, sin con eso olvidarnos del la idea original, es muy probable que exista quien cuestione los motivos de incluir una cinta tan benevolente e indulgente como ésta, mas aún siendo una comedia, si se supone que siendo cine de „arte“, tendrían que presentarse reseñas de cintas de corte „exquisito“, „intelectual“, „avant garde“, y „selecto“, con un estilo sobrio, respetuoso y serio como se lo merecen estas obras. Y es que hay que mostrar el pedigree. Pero, a todo esto, ¿alguien me puede decir qué demonios es cine de arte? Tomando en cuenta que el cine como tal es un arte, ¿la reiteración significa que este es un término excluyente, sólo para especialistas? ¿Será posible entonces que si una cinta no proviene de una corriente fílmica vanguardista, un país que difícilmente se encuentra en el mapa o que es dirigido por un realizador con apellido impronunciable, pierde su valor artístico? ¿Entonces el arte debe ser eternas tomas de una sala de cine vacía o de una persona masturbándose? ¿Y no será que el adjetivo de „arte“ o de „autor“ más que exclusivo es un término ignorante que al igual que „cine de culto“ o „revalorización de lo chafa“ son títulos ya muy devaluados y que a la larga no expresan en su totalidad su significado, cayendo en círculos viciosos y discusiones sin fin?.

Digo, a ciencia cierta muy poca gente tiene una noción y explicación precisa de lo que se trata dicha clasificación, aunque eso si todos la pregonan para mostrar el alto caché y el buen gusto que tienen. Para ejemplificar esta afirmación, se encuentran críticos de bolsillo como lo puede ser el pedante Horacio Villalobos (toda una patada bien dada al hígado), el cual ha usado el pretexto como muletilla de que si él puede pagar un boleto para ir al cine y tiene un espacio en televisión, a güevo tiene el derecho de meter su cuchara con sus opiniones grandilocuentes al respecto. De acuerdo, cualquiera puede dar su punto de vista, se esté o no de acuerdo -aquí estamos nosotros para comprobarlo-, pero no valiéndole madre y haciendo comparaciones arbitrarias nada más para que vean que sé es alguien bien preparado -o para que suene bonito, en su defecto- como su reciente comparación de Bergman y Tarkovsky con ¡Temporada de Patos! (Fernando Eimbcke, 2004). Me pregunto cuántas películas de estos autores ha visto sin aburrirse. O qué decir de los siempre atinados comentarios de Alejandra Obregón -¿es un maniquí o una crítica?-. Sería innecesario comentar las burradas de esta mujer -es Revista Cinefagia, no La Oreja- pero, si ponemos como prueba que de este tipo de personas está lleno el medio en donde sólo el mencionar nombres como Fellini o Antonioni es razón suficiente para que lleguen a tener un orgasmo, ya se imaginarán las razones para que el cine de arte ya suene a chiste.

Aunque, eso sí, tampoco los espectadores cantan mal las rancheras. Todavía mucha gente tiene en mente que asistir al Tour de Cine Francés (de donde es proveniente esta cinta) o el Festival de Cine Alemán se tratará de contemplar un tratado de la vida y la muerte, sin comprender que estos y cualquier otro evento de esta naturaleza son escaparates y no museos en donde todavía vamos a ver los efectos de la Nueva Ola Francesa o del Nuevo Cine Alemán de los 70. Mientras cambian de forma de pensar a la hora de utilizar los criterios fílmicos tanto especialistas como público en general, un servidor propone la revisión de 25 Grados en Invierno. Que sirva dicha recomendación para demostrar que muchas veces las buenas obras de arte se encuentran en donde menos nos lo esperamos. Y esa es la razón de seguir valorando desde otra óptica el cine.

25 GRADOS EN INVIERNO
(25 Degrés en Hiver)
Dirección: Stéphane Vuillet; Guión: Stéphane Malandrin, Pedro Romero y Stéphane Vuillet; Producción: Marion Hänsel y Sergei Selyanov; Fotografía: Walther van den Ende; Música: Tristan Vuillet; Edición: Anne-Laure Guégan; Compañías Productoras: Man’s Films, Lancelot Films, Alokatu S.L., Radio Télévision Belge Francofone (RTBF), Eurimages, Vlaams Audiovisueel Fonds, Canal+, Ciné Cinémas, Etb (Euskal Telebista) y CTB Film Company; Compañía Distribuidora: Cinemas Nueva Era; Con: Jacques Gamblin (Miguel), Ingeborga Dapkunaite (Sonia), Raphaëlle Molinier (Laura), Carmen Maura (Abuelita) y Pedro Romero (Juan) Francia-Bélgica-Rusia-España, 2004, 90 min.

Premios y Nominaciones: Festival Internacional de Cine de Berlín, Alemania 2004: Premio del Jurado de Berliner Morgenpost a Mejor Película (Stéphane Vuillet). Nominado al Oso de Oro a Mejor Película (Stéphane Vuillet). Festival de Cine Español de Málaga, España 2004: nominada a la Biznaga de Oro a Mejor Película (Stéphane Vuillet)

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